“Todo comenzó con el sueño de un mundo conectado, un lugar donde todo el mundo puede compartir sus experiencias y sentirse menos solo. Pero los datos de nuestra actividad online no se evaporan. Nuestros rastros digitales son la base de una industria de billones de dólares al año. Ahora somos una mercancía. Estábamos tan enamorados del sueño de la libre conectividad que nadie se molestó en leer los términos y condiciones”.
Esas palabras de David Carroll, profesor de la Parsons School y activista en defensa . de la privacidad en la red, describen a la perfección las claves de la densa problemática que intenta desmenuzar el documental The Great Hack.
“Todo comenzó con el sueño de un mundo conectado, un lugar donde todo el mundo puede compartir sus experiencias y sentirse menos solo. Pero los datos de nuestra actividad online no se evaporan. Nuestros rastros digitales son la base de una industria de billones de dólares al año. Ahora somos una mercancía. Estábamos tan enamorados del sueño de la libre conectividad que nadie se molestó en leer los términos y condiciones”.
El documental, que acaba de estrenarse en Netflix, explora los peligros de nuestra vida digital a partir del escándalo de Cambridge Analytica. La polémica estalló cuando se supo que la agencia de inteligencia de datos con sede en el Reino Unido, cofundada por Steve Bannon, había tenido acceso, de manera subrepticia, a los datos de 87 millones de usuarios de Facebook. Pero el escándalo sobre la recopilación de datos es solo la punta del iceberg de las prácticas de guerra sucia electoral que llevaba a cabo la empresa de consultoría política que conmocionó al mundo.
Ese fue el detonando de The Great Hack. Intrigados por el alud de informaciones comprometedoras que iban llegando a los medios, los directores Karim Amer y Jehane Noujaim, conocidos por su documental The Square sobre la Revolución Egipcia de 2011, decidieron investigar las maneras en las que las empresas tecnológicas están comerciando con nuestra información personal. También las maneras en las que empresas de data scientists como Cambridge Analytica aprovechan esos datos para ofrecer servicios que ignoran los más mínimos límites éticos.
Entre ellos, operaciones en la sombra para reventar la democracia sin que se perciba como tal.
Cambridge Analytica trabajó para la campaña Donald Trump durante las elecciones presidenciales de 2016. En el punto álgido de aquella contienda, el llamado Proyecto Alamo (el equipo de análisis de información y campaña digital del magnate) llegó a gastarse 1 millón de dólares al día en anuncios de Facebook. Anuncios que ideaban y distribuían a partir de los perfiles confeccionados a partir de todos estos aquellos robados. La agencia aseguraba disponer de hasta 5.000 valores de data por votante estadounidense. “Jugábamos con la psicología de toda una nación sin su consentimiento o incluso conocimiento, y en el contexto de un proceso democrático”, explica Chris Wylie.
Cambridge Analytica también estuvo vinculada a la campaña del Brexit Leave.EU. De hecho, como explica la periodista Carole Cadwalladr, “el Brexit fue el conejito de indias de Trump”.
Existen evidencias de que también intentaron trabajar para Marine le Penn durante las elecciones francesas, pero que le resultó imposible por la dureza de la ley de protección de datos en Francia. Ocurrió algo parecido en Alemania y los Países Bajos.
La empresa de Alexander Nix cambió para siempre el concepto de «la campaña emocional». The Great Hack deja en evidencia la debilidad de las democracias occidentales y cómo los votantes han quedado a merced de técnicas de manipulación que hacen uso de información privada de manera criminal. Pero sobre todo, es un aviso de que lo ocurrido con Cambridge Analytica es la punta del iceberg de un siniestro entramado de operaciones en la sombra que aún estamos lejos de conocer.