Los resabios de la muerte de Diego Maradona siguen vibrando en al menos dos dimensiones: la primera, estrictamente periodística y de opinión, se dilata y se contrae como si fuese un corazón que cada vez late con menos fuerza: la noticia de su muerte, de que ya no pudo más con este mundo, la retirada de una deidad. La otra dimensión está constituida por el hilo invisible que unía la pelota con cada parte del cuerpo del jugador de fútbol. En el pasaje entre estas dos dimensiones, como un portal que deja atravesar un fino haz de luz, está lo común y corriente, la vida que continúa.
Ese hilo invisible que hacía flotar pelotas de fútbol, también ataba al jugador a tomar partido frente a todo lo que sucedía por fuera del cancha, Maradona tenía, para bien y para mal, opinión para todo. El debate en torno al derecho al aborto no fue la excepción. Sostener la pelota entre ceja y ceja produjo una hipnosis popular tal que hacía que su voz también estuviera enredada en ese hilo mágico.
Durante 2018, Argentina fue escenario del debate por el derecho al aborto. Mientras en Rusia se jugaba el Mundial masculino de fútbol, Diego opinaba de las dos cosas casi de manera simultánea: “Yo les pediría a los que están votando que le den una posibilidad a la mujer de elegir abortar libremente”. En tanto, la calle era desborde a favor de la lucha por la autonomía de los cuerpos con capacidad de gestar, allí no cabía ni un alfiler ni tampoco hilos mágicos.
Las canchas también se llenaban del verde del aborto, el deporte del potrero también recibía los coletazos de los temblores que provocaba el feminismo. En Argentina, por ejemplo, se profesionalizó el fútbol femenino al año siguiente.
Era la carne aguerrida de los feminismos exigiendo un derecho vinculado al goce, a la erradicación de la violencia sobre nuestros cuerpos, éramos millones levantando nuestras voces por quienes habían muerto por abortos clandestinos y por quienes habían terminado en la cárcel. Fue la potencia de los feminismos dándole tracción a una ley que finalmente no se aprobó.
A esa altura, Diego ya tenía varias denuncias por violencia machista pero cruzaba como un malabarista sobre el funámbulo que dividía a la sociedad entre quienes estaban a favor y quienes estaban en contra del aborto. Frente a su muerte, hacia dentro del feminismo se produce un enfrentamiento, como si fuera la final de una copa del mundo, entre quienes lloran su muerte y entre quienes consideran esas lágrimas una traición a la lucha feminista.
Su impertinencia nata le daba a Maradona acceso a formular opiniones a favor del aborto anudadas a la construcción de una masculinidad violenta, cimentada en una estructura cisheteropatriarcal. ¿Que ídolo desencanta a un pueblo al que maravilla? Diego no indagaba en la deconstrucción de su masculinidad y no revisaba sus prácticas machistas, era capaz de identificar de manera sensible los derechos para las vidas al margen, ni más, ni menos que eso.
Esta semana en Argentina se debate en el congreso, una vez más, la ley que garantiza el derecho al aborto seguro, legal y gratuito. Una urgencia que ya no puede seguir postergándose, pero aquí no hay magia ni malabaristas, hay quienes dejaron su vida por un derecho que está a punto de ser conquistado, hay acciones concretas, hay cuerpos. La calle volverá a desbordarse frente a un congreso al que cada vez le cuesta más desoír el sonido de la marea verde que arrasa tanto o más que Maradona en las canchas.
Sobre la autora: Euge Murillo es feminista y lesbiana. Escribe para el suplemento feminista Las12 del diario argentino Página12.