La cuarentena es difícil y ella la está viviendo enferma de Covid, cuidando sola a sus tres hijos, haciendo trabajo doméstico y laborando desde casa
Este es el primer año que empiezo como madre soltera con tres hijos a mi cargo. El 2020 no pintaba para ser un año fácil para mí y para mi familia, pero nada se ha comparado a la angustia y la carga que me ha traído la pandemia por Covid-19. Un escenario es ver el horror que se vive afuera, en otros países, en los hospitales, en historias que te cuentan o se leen en las redes sociales, y otro es tenerlo en tu propia casa, con la enfermedad en tu cuerpo y entre tus hijos.
Por causas de la separación, entre mi exesposo y yo acordamos que para poder trabajar cada uno en su casa durante la cuarentena, nos turnaríamos el cuidado de los niños una semana él y otra yo.
Hasta el primer mes, todo había transcurrido con tranquilidad —o con aquella tranquilidad ordinaria que puede dar tener tres hijos—, pero un buen día él decidió ir a Morelos a una casa de descanso con sus padres. Si bien me parecía arriesgado que mis hijos salieran y que hubiera más posibilidades de que estuvieran en contacto con otras personas, confié en que él era alguien responsable, así como sus padres; punto a favor es que los niños podrían respirar aire más limpio, jugar en un jardín, disfrutar de más naturaleza que las macetas que tenemos en el departamento o los árboles que pueden ver por las ventanas.
El domingo 26 de abril, al regresar de estar con su padre en la casa de Morelos, mi hijo menor, Diego —que tiene cuatro años— comenzó a sentirse desganado, con dolor de cabeza. Cabe aclarar que él es energía pura, no puede estar un segundo quieto y verlo apaciguado por una enfermedad es algo extraordinario. Horas después, comenzó con una fiebre que llegó hasta los 41 grados. Así pasaron dos o tres días. En otra situación, lo habría llevado al hospital, pero ahora mismo, lo que una menos quiere es salir.
Fue así que esos días de fiebre alta, tos, dolor del cuerpo y migrañas los sobrellevé por medio de asesorías telefónicas con el médico que atendió a Diego en su historial de neumonías. Para mí, fueron noches sin dormir y mañanas donde tener que trabajar desde casa a pesar del cansancio, hacer limpieza, comida y ayudar a mis otras dos hijas con sus clases y sus tareas. En medio de todo esto, la enfermedad de Diego se convirtió en mi prioridad, incluso ante mi propia salud.
Como mi pequeño no mejoraba, me pidieron llevarlo al hospital para hacerle pruebas de laboratorio (la de Covid-19 incluida), radiografías de tórax, una revisión completa. Ahí mismo, me sugirieron hacerme las pruebas yo también, pues por estar con él, que tenía todos los síntomas de coronavirus, era sospechosa. Y ya volteando un poco la atención en mí, tampoco me sentía muy bien, pero yo lo achacaba al agotamiento crónico.
Tuve mala suerte en que entre la prueba y los resultados de los análisis se atravesara el 1 de mayo y un fin de semana, por lo que todo se retrasó. Mientras pasaban los días esperando la respuesta, en mi casa comenzamos un aislamiento con las niñas que no estaban contagiadas. Se terminaron los juegos y los abrazos. Si había sido difícil cuidar a uno con los síntomas del coronavirus, habría sido más difícil cuidar a tres y a mí misma, por lo que tomamos distancia, separamos juguetes y cubiertos, Diego siguió durmiendo conmigo.
Los análisis de mi niño y los míos dieron negativo a influenza; por su edad, él salió como falso negativo en Covid-19 (que más tarde dijeron que era casi seguro que sí tuvo la enfermedad), pero yo salí positiva en una segunda prueba. Mis hijas, asumió el médico, eran casos asintomáticos, pues por el contacto tan cercano con Diego y conmigo en los días anteriores, era casi forzoso que se hubieran infectado. Sin embargo, ninguna manifestó síntomas ni enfermedad. Algo positivo fue que ya no teníamos que aislarnos en nuestra propia casa-covid.
Tuve que reportar mi estado de salud en el trabajo, pero no para pedir incapacidad, pues hacerlo aminora mi sueldo y me quitan incentivos, dinero que no puedo darme el lujo de perder. Así, decidí sobrellevar la enfermedad trabajando lo mejor que puedo y cuidando de mi casa y de mis hijos, pues ¿quién va a querer o poder cuidarlos en estas condiciones? Aceptar ayuda también sería una irresponsabilidad de mi parte, así que como hacen muchas otras madres solteras, me las tuve que arreglar sola.
Mi hijo mejoraba, mientras yo me sentía peor
Mientras veía la recuperación de Diego, de cómo cada día le regresaba esa energía a su cuerpo, a mí me atormentaban los dolores de cabeza, me dolía más el cuerpo y me faltaba el aire. Una de mis actividades cotidianas durante el último mes ha sido medir mi capacidad pulmonar y el oxígeno en la sangre con un oxímetro. En los días buenos puedo jugar con los niños una media hora, cocinar y trabajar; en los peores, trapear el piso de la cocina se vuelve el símil de correr un maratón.
La ayuda de mi exesposo ha sido menos que escasa. Sus preocupaciones las vierte en mensajes de texto para que le cuente cómo va Diego, qué tipo de análisis se tiene que hacer y dónde, qué cuidados deben tener él y sus papás si es que salen positivos. Obviamente, para él mi salud no es prioridad.
Aun así, el tiempo en casa me ha dado la oportunidad de estar más cerca de mis hijas y mi hijo, de conocerlos como estudiantes, de enseñarles a hacer labores del hogar y que cada quién se encargue de una tarea de la casa. Tratamos de adaptarnos al espacio que tenemos en el departamento para convertirlo en taller de composta y jardinería, panadería (cuando jugamos a hacer galletas), en una ida a la playa aun en medio de los sillones, a construir casitas con cojines o un día de campo en su habitación.
Sí, el Covid puede ser asfixiante, pero —al menos en mi caso— sólo lo va a lograr si dejo que así sea. Juntos hemos tratado de hacer más llevadera esta situación, que la comprendan, que no se sientan discriminados por haberla tenido. Ellas y él incluso juegan al coronavirus corriendo entre los muebles y saltando en los sillones. Cuando celebramos uno de nuestros cumpleaños aquí dentro, partimos una piñata en la azotea y los más pequeños dijeron que esa piñata era el Covid y había que pegarle duro para acabar con él.
Obviamente extraño salir a trabajar, la convivencia con mis compañeras y compañeros, poder hacer ejercicio al aire libre, ver a mi mamá… pero prefiero cuidarme y seguir cuidando de no contagiar a las pocas personas que nos dejan comida o que traen los víveres del súper.
Ha pasado ya un mes de mi diagnóstico positivo a COVID-19, aún tengo tos y aunque aún tengo que estar pendiente de que no me falte el oxígeno (de bajar del límite indicado de 89, tendrían que ponerme oxígeno u hospitalizarme), ya siento que puedo vivir para contarlo. En mi familia con coronavirus ya no necesitamos esa sana distancia entre nosotros y podemos convivir y abrazarnos, pues, en días tan difíciles, ese es un verdadero privilegio.
*Este texto es una historia real bajo nombres ficticios. Fue redactada por Cristina Salmerón, con base en una entrevista con la madre soltera con Covid-19.